Columna de opinión: El fin de la era posindustrial

Cuentan que hace varios meses, un grupo de dirigentes políticos chilenos entraron en una ensoñación colectiva. Soñaron que despertaban en 1960. Fue una dicha increíble encontrarse en un mundo sin internet, donde los mercados reaccionaban más lento y los capitales eran algo menos móviles. El trabajo estaba circunscrito a una oficina o fabrica y podían discutir “innovadoras” ideas como la sustitución de importaciones.

Hubo algunas señales que podrían haberles indicado que estaban en un sueño; primero fue que uno de ellos mandó un tweet para vanagloriarse de haber aumentado los impuestos al trabajo, sin duda algo muy loable para algunos, ya que nos acercábamos un paso más a ser Alemania.  Otros después de una extensa jornada debatiendo en cómo establecer controles de precios, decidieron relajarse viendo algo en Netflix. Había pequeños elementos que estaban fuera de su tiempo, pero la alegría era tan grande que nadie vio un error en este sueño. Siguieron charlando y debatiendo dichosos sobre cómo iban a enfrentar las décadas venideras de los 60, 70 y 80s e ignoraron que a lo lejos, en este plano de la realidad, sonaban las campanadas que marcaban el fin del 31 de diciembre de 2020 y con ello, el fin de la era posindustrial.

En la opinión de muchos expertos historiadores, economistas y sociólogos, la pandemia marcará el fin de una era, y comenzará a borrar algunos viejos paradigmas y con ello a desdibujar muchas de las viejas recetas en políticas públicas. Lamentablemente pareciera que muchos no han notado aquello. El teletrabajo está cambiando las reglas del juego, una tendencia que había iniciado de forma incipiente hace algunos años, se aceleró de forma impensada. De esta forma, una compañía ubicada en Santiago, puede contratar sin grandes problemas a una persona en Temuco donde el costo de vida es un 30% menos que en Santiago, lo que permite tener un ahorro de por ejemplo un 20% en el sueldo, esto es una clara ganancia para el trabajador y para la empresa. La situación descrita, generará un mercado laboral mucho más dinámico sin las barreras geográficas, que terminará generando sueldos estándar a nivel nacional para muchos empleos lo que a su vez aumentará la migración hacia ciudades con costos de vida más baratos y donde los trabajadores puedan obtener una mejor calidad de vida. Ahora, si agregamos un nuevo elemento a la ecuación se empieza a generar un descalabro importante. Internet funciona en casi todo el mundo por lo que no se hace necesario circunscribirme a las barreras geográficas de este país lo que me permite contratar en todo el mundo, América Latina es una vasta región de habla hispana y uso horario similar, donde se pueden encontrar profesionales competentes en todos los países.  Incluso para servicios específicos, ni siquiera se requerirá que el especialista hable el mismo idioma. Hoy la telemedicina está revolucionando el ámbito de las consultas médicas, y está sólo a un paso donde un profesional pueda realizar una cirugía desde el otro lado del mundo a través de brazos robóticos. La llegada de la tecnología 5G precipitará esta realidad.

¿Por qué me limitaría a contratar sólo en Chile? Y esto no sólo desde el punto de vista de una empresa, sino también de cualquier ciudadano, que en el futuro no tendrá limitantes para atenderse con un médico en Colombia, un asesor financiero en Suiza y un psicólogo en España. Si a esto le sumamos que esta persona tiene un contrato de trabajo con una empresa ubicada en Nueva York, en algún momento cercano se preguntará ¿Por qué sigo viviendo en Santiago? O ¿Chile?.

Si esta es la realidad, la preocupación de un país debiese ser crear las condiciones para que ocurran dos cosas: La primera, que el trabajador quiera vivir en mi país. La segunda, que una empresa (esté ubicada donde sea) quiera contratar a profesionales que estén en mi país. Hoy la discusión está lejos de esto, mientras en el congreso se discuten ideas anacrónicas, el mundo avanza sin pausa. Mantener altos niveles de vida puede y debe ser compatible con mantener atractiva la oferta laboral. Hay ideas que pueden ser extremadamente populares, pero igualmente nocivas. Argentina, que tiene el impuesto al trabajo más alto del mundo y tiene por parte baja 8 millones de personas trabajando en la informalidad (algunas fuentes estiman que son 12 millones), esto corresponde a más del 40% de la fuerza laboral. Además, las últimas estimaciones indican que este país tiene más de un 50% de pobreza. Dar protección social es fundamental, pero ésta se debe diseñar de forma inteligente para que no atente contra el mismo trabajador.

El mundo ya entra en esta nueva era digital y con ello el fin de la era posindustrial. Sin embargo, nuestros líderes parecen no percibirlo y pareciera que deliberadamente lo ignoran cuando se entrampan en discusiones que corresponden a un mundo del pasado. Hoy, con las características de la movilidad del trabajo y del capital, proponer políticas que resultaron consistentes hace 60 años, parece tan irreal como tener internet en los setenta.

Y tal como dice la película “de ese mundo ya no quedan más que sueños…. es solo una época que el viento se llevó.

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